lunes, 30 de marzo de 2009

Y Cristo en el calvario

Cuando uno se acerca a la realidad que le rodea, siente un vértigo indescriptible. El mismo que cuando contempla la imagen de Cristo crucificado. El mismo que cuando se detiene pausadamente a releer cada baldosa que va jalonando toda la pasión que relatan los evangelios. El mismo vértigo que sintieron los primeros discípulos y que siente cada cristiano que se para a contemplar el sepulcro vacío.

Realidad incontestable la que nos envuelve cada día. Ante tantos conflictos armados que pueblan el planeta, conocidos unos, otros silenciados, crueles todos, que poco a poco van desangrando la humanidad en una riada de destrucción y llanto, uno piensa… ¡y Cristo en el calvario! Ante unos poderosos gobernantes que tan sólo buscan soluciones para mantener el status privilegiado de que goza una mínima parte del planeta, buscando enriquecerse aún a costa de pisotear dignidades y derechos literalmente plasmados pero realmente vulnerados, uno piensa… ¡y Cristo en el calvario! Ante la miseria de millones de hombres y mujeres condenados a un inframundo de dolor y necesidad, a quienes se niega la humanidad más patente y sobre cuyos gritos desgarrados algunos sustentan su estado del bienestar y opulencia, uno piensa… ¡y Cristo en el calvario! Ante la ausencia de valores propugnada por el poderoso caballero “don dinero”, ante la negación de un futuro en humanidad de tantos jóvenes hábilmente amaestrados y domesticados por los señores adoradores de la mentira y la falsedad, ante la negación de una vida no productiva a la que se puede eliminar en base a un idolatrado derecho de una minoría que bajo una piel de progresismo esconde el más rapaz y rancio involucionismo, uno piensa… ¡y Cristo en el calvario!

Sí. Y Cristo en el calvario. Allá, en la altura. Sangrando en su impotencia y vestido de majestad. Parece una paradoja, el mundo deshumanizado y Dios en el patíbulo. Pero es sólo apariencia. Porque el calvario es mucho más. Es la respuesta a tanto interrogante sin solución, a tanta esperanza desilusionada, a tanta situación descolocada. En el calvario tiene lugar la redención del mundo, porque en él tiene lugar el mayor gesto de fidelidad, el mayor acto de amor.

El mundo andaba igual de descarriado que en nuestros tiempos, los hombres buscaban gloria, fama, honor, vida cómoda y para ello estaban dispuestos a pisotear todo aquello que se les pusiera por delante. La humanidad había perdido el norte de su plenitud, la meta que le llevara a alcanzar la suprema felicidad, la forma de conseguir la sociedad utópica que muchos han soñado a lo largo de la historia. Y en nuestra postración, Dios se acordó de nosotros, se le removieron las entrañas divinas de ver cómo unos nos devorábamos a otros. Y decidió jugarse el todo plantando su tienda en medio de nuestro suelo resquebrajado por la desesperación. Vino a enseñarnos que el mundo puede transformarse, que el hombre tiene derecho a ser feliz, que la humanidad puede conseguir otro futuro. Y ese anuncio llegó a demostrarlo con una fidelidad al ser humano como ningún hombre ha podido jamás, mostrándonos que el amor es la única vía, un amor que le condujo a ese lugar de tormento y salvación: el calvario.

Y desde ese momento el calvario es signo de esperanza para una humanidad que se desangra en su pobreza, para una humanidad que llora en su oscuridad, para una humanidad que se revuelca en su egoísmo, para una humanidad que se obceca en la violencia como único camino. Ahora el hombre sabe que no está solo, que Dios lucha a su lado, que hay una salida al hediondo sumidero al que el mal conduce al mundo. Ahora el mundo sabe que el amor hasta el límite es la única senda que puede hacer que esta tierra nuestra cante en libertad. Y por eso necesitamos que Cristo esté en el calvario, para que constantemente nos recuerde que la vida entregada es fecundidad escondida, que el perdón ciego es semilla de eternidad, que la verdad desnuda es plataforma de liberación.

Mira a Cristo en el calvario y verás encarnada la fuerza que salva al hombre. Contempla a Cristo en la cruz y verás un amor derrochado por ti y por cada uno de los hombres. Observa en Cristo crucificado la puerta hacia una existencia en plenitud donde una humanidad nueva se abre camino hacia una historia preñada de justicia y libertad, de igualdad y solidaridad.

Agustín Ortega
Extraído del boletín de la hermandad de la Amargura de Carmona